Mi hermana a la izquierda, y yo junto a mi padre, enseñándome a instalar un cilindro de gas.
Izq. Mi hermana, yo y mi padre, enseñándome a instalar un cilindro de gas
Alrededor de mis 12 años de edad y hasta antes de cumplir 16, tuve algunos momentos agradables en compañía de mi padre, obvio fueron muy breves, casi un suspiro de vida, y esos momentos se daban cuando mi padre estaba sobrio. Se puede decir, que era hasta simpático y se veía de buen humor, por lo tanto era amigable. Fueron muy pocos esos momentos, pero sustanciosos y productivos para mi, aprovechando a lo máximo las oportunidades para abordarlo.
Vivíamos en un departamento, en un tercer piso en la CDMX, era el año de 1959. Habíamos llegado a esa ciudad a principios del 57 desde Pachuca, Hgo. –Poco antes del terremoto del 57–. Como teníamos poco tiempo en ese departamento, mi padre se ponía a reparar algunas cosas de plomería que a él le parecían debían estar en buenas condiciones, como serían las llaves del lavamanos, de la regadera, de la cocina o algo del sanitario. Cuando lo veía ocupado en este tipo de labores, yo me acercaba con “mucha cautela” silenciosa y curiosa a cierta distancia, a veces se daba cuenta y no me decía nada, él continuaba en su labor, pero una vez de plano me preguntó:
– ¿Qué, qué buscas? ¿Se te perdió algo?
Le respondí, algo asustada:
– No, no papá es que… me gusta lo que haces, quisiera que me enseñaras para ayudarte.
– ¿Enseñarte? ¡Tú eres niña, no vas a poder!
– Sí papá, claro que puedo, ponme a prueba, quiero aprender a arreglar “cosas” como tú.
Fui tan directamente acertada y decidida en mi respuesta, que me puso a prueba y lo hice lo mejor que pude y más adelante, cuando me veía cerca, me preguntaba:
– ¿Me quieres ayudar?
Entusiasmada le respondía rápido:
– ¡Sí! ¡Sí!
Muy pronto comencé a ganarme su confianza y me llamaba para que le ayudara, como cuando me pidió que le bajara todas las medicinas que tenía en el closet de su cuarto, que era más pequeño que el nuestro, pero servía de dispensario médico. Me pidió se las ordenara por orden alfabético, les pegué una letra enfrente de los tableritos que tenía el closet y las fui acomodando hasta que quedaron todas en perfecto orden. A él le gustó mucho ese trabajo, hasta me felicitó.
Le di la confianza de enseñarme también a usar el taladro, que era grande, tosco y pesado, y a ponerle las brocas adecuadas de acuerdo a lo que se iba a hacer; hasta me adiestró en hacer una instalación completa de un tanque de gas. Así como le ayudaba en la plomería, también lo hacía en electricidad, como era arreglar planchas, radios, televisión en blanco y negro, etc.
Me acuerdo que en esa época una maestra en la escuela secundaria, nos planteó la siguiente propuesta:
– Niños me van a escribir en una hoja a qué se dedica su papá y me la pasan al frente por favor con sus nombres.
Todos escribimos la actividad que cada uno de nuestros padres hacía. Comenzó a leer en voz alta lo que habíamos escrito. Hasta que llegó a mi hoja y leyó:
– Mi papá es “Médico Mecánico”
Vio mi nombre y me dijo:
– A ver Connie, ¿cómo está eso, nos puedes explicar?
Me paré asustada y le pregunté:
– ¿Qué maestra, qué cosa?
– ¿Cómo que tu papá es Médico Mecánico?
– Sí, mi papá es Médico Mecánico, afirmé.
– No Connie, eso no es posible.
– ¡Sí maestra pregúntele a mi mamá! Le respondí algo molesta.
– ¿Por qué lo dices tan segura? ¿Quién te dijo eso?
– Nadie maestra yo lo vi. El es doctor y tiene muchas herramientas mecánicas y de doctor y compone muchas cosas y me enseña.
Se rió la maestra y todos mis compañeros también, y me puse a llorar. No comprendía por qué se reían. Me llamó la maestra y me dijo que no llorara, que no tenía importancia. Me sentí decepcionada y molesta con ella porque no me creía. Cuando llegué a la casa y se lo conté a mi mamá, se rio mucho y me explicó cuál era mi error y comprendí y me dio mucha risa también.
Tratando de recordar más sobre qué otras cosas me enseñó mi padre. Me enseñó a jugar ajedrez desde los 6 años, lo jugábamos pocas ocasiones. Pero continué aprendiendo y practicando con mis hermanos y mis primos Norma y Pedro, que eran unos expertos porque su padre, mi tío Pedro, les enseñó a todos ellos desde muy pequeños. Además, en nuestra escuela de monjas nos enseñaban a bailar, costura, a bordar y ajedrez Más me gustó cuando leí la vida de Napoleón y supe que jugaba ajedrez y que muchas de sus estrategias en la guerra fueron basadas en ese inteligente juego. Ya más grande me enteré que Hitler también era aficionado al ajedrez.
Recordé que cuando tenía alrededor de mis 15 años, en una ocasión mi padre escuchaba tango, como lo hacía a diario casi todas las tardes, igual música italiana, que hasta la fecha me gusta mucho este tipo de música, le pregunté:
– Oye papá, ¿y sabes bailar tango?
– Sí, ¿por qué?
– Porque me encantaría aprender a bailarlo.
– Tú mamá sabe bailarlo, ¿quieres ver?
– ¡Sí, sí…!
Entonces, en ese momento, le pegó un grito fuerte a mi madre:
– ¡Consuelo, ven para acá!
– Sí, un momento ahí voy.
Mi mamá salió de la cocina apresurada y le preguntó:
– ¿Qué sucede?
– Mira, Connie quiere ver cómo bailamos el tango, ¡vamos a enseñarle!
Mi mamá se rió, me volteó a ver y se acomodó para la demostración y bailaron ambos por primera y última vez frente a nosotros, ante la sorpresa de mis hermanos y mía. Bailaron dos tangos. Hasta les aplaudimos contentos al terminar. ¡Bailaban excelente! Mi mamá se veía contenta y orgullosa. Terminando, se retiró de nuevo a la cocina. Y le dije a mi padre:
– A ver papá, ¿a mí, me podrías enseñar?
Era la primera vez que teníamos una comunicación o contacto tan inusual en esta familia, me sentí emocionada, pero temerosa, y muerta de la risa, de los nervios de estar bailando con “mi padre”. Él en su papel de padre y maestro, algo serio; y yo de alumna, asustada. Mis hermanos se reían con risitas nerviosas, al vernos conviviendo así, era algo totalmente inusual. Mi mamá a veces se asomaba incrédula desde la cocina y se reía maliciosamente. Las clases de tango fueron como unas 4 veces nada más, pero suficientes para aprender y practicarlo también con mis 4 primos, Pedro, Norma, Hugo y Sergio, que eran de nuestra edad. Ellos, además, me enseñaron a bailar el rock and roll de maravilla, porque ellos iban a fiestas con los compañeros de su escuela, estaban muy actualizados, nosotros NUNCA asistimos a ninguna fiesta de adolescentes, mucho menos de niños, que no fueran la de los primos cercanos. A estos primos los visitábamos por lo menos 3 veces al mes. Vivían a unas 20 cuadras de la casa, y nos íbamos a pié, mi hermana y yo, claro, con el permiso debido de nuestro padre, o bien cuando solía salir de viaje, que se ausentaba a veces hasta un mes. Estos eventos fueron entre mis 14 y 16 años.
Algo que nos hubiera gustado mucho a mis hermanos y a mí, es que los convivios como el de ese día, se hubieran repetido en nuestro hogar, lo que obviamente tampoco jamás sucedió.
Otra de las cosas que me sirvió mucho aprender, fue que a mis 8 años de edad, me enseñara a inyectar mi madre que fue enfermera antes de casarse. Primero, practiqué un buen tiempo con unas toronjas y después con mis hermanos, claro siempre bajo la supervisión de ella. Puedo vanagloriarme de que soy buena inyectando niños en especial e inyectándome. También aprendí mucho de la cocina, desde mis 7 años, yo cocinaba para toda la familia, en muchas ocasiones que mi madre no podía cocinar, porque mi padre no la dejaba.
Todo lo que aprendí en este período relativamente corto, me serviría de por vida en muchas circunstancias, por lo que siempre estaré agradecida a ambos, ya que esos conocimientos que fui aplicando con mi propia experiencia durante mi larga vida, me han servido hasta la actualidad, para no pagar enfermeras, ni eléctricos, ni plomeros, salvo algunos casos que en no haya pudiendo hacerlo yo misma, es que recurro a esos servidores.
No recuerdo nada más que me hayan enseñado mis padres, y que además, recuerde que a mis hermanos les hayan enseñado algo, ellos eran más pequeños que yo, y no tuvieron esa oportunidad tristemente.